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jueves, 18 de octubre de 2012

Dime lo que comes y te diré quien eres


Comer es la acción más repetida a lo largo del día, de ella depende nuestra energía, salud y bienestar. Si únicamente comemos para sobrevivir, ¿por qué no cocinamos lo mismo en una cena de trabajo que en nuestro día a día? Resulta evidente que detrás de cada plato hay la voluntad de ser o aparentar, nuestra carta de presentación.

La gastronomía va más allá de simple nutrición. Es un acto humano y como tal cultural, más relacionado con la moda y la estética que con la supervivencia. Una herramienta para demostrar al mundo quiénes somos y cómo queremos que nos vean.

En el mundo antiguo la alimentación se convirtió en un espejo de rango y superioridad para las clases dominantes. En sociedades pobres y rurales cómo la medieval, donde el consumo de carne era restringido por su escasez, ésta se convirtió en el alimento básico en las comidas de reyes y aristócratas. Carne de caza y aves fueron consumidas en abundancia por estas clases, ávidas de mostrar su riqueza y categoría. En el siglo IX el escritor Eginhardo describía al poderoso rey Carlomagno del siguiente modo, “su cuello parecía grueso y corto y su vientre algo prominente […] de muy buena salud, salvo el hecho de que, antes de su muerte, en los últimos cuatro años le acometían frecuentes accesos fabriles, y al final incluso cojeaba. Pero el de los médicos, a los que casi odiaba, porque le aconsejaban que prescindiera de los alimentos asados”. Era frecuente que los reyes sufrieran enfermedades como la obesidad o los ataques de gota derivadas de una alimentación grasa e hipocalórica.

Los cocineros eran personas importantes dentro de la corte real, encargados de cocinar espectaculares asados y todo tipo de platos elaborados capaces de sorprender a los invitados en los banquetes, auténticos actos de exuberancia y demostración de la cultura aristocrática.
La revolución industrial y tecnológica ha cambiado esta milenaria trayectoria gastronómica. La abundante producción alimentaria y la consolidación de la clase media nos han llevado a la democratización alimentaria. Podemos comer en abundancia productos que antaño las clases populares no podían ni imaginar.

Ante esta realidad las clases dominantes ya no ostentan con una gran abundancia de productos cárnicos, sino que la alta cocina ha apostado por ofrecer una calidad máxima en sus productos, aquello que la industria alimentaria no puede garantizar. Hoy la distinción social se consigue con elaborados y caros platos, no caracterizados por su abundancia, puesto que todos podemos comer abundantemente, sino por la calidad del producto que requiere un laborioso trabajo artesanal y no el rápido trabajo industrial.
 Si mañana tenéis una cena de trabajo en casa pensad en lo que servís, de ello depende no únicamente vuestra nutrición sino vuestra imagen. Evidentemente vuestro jefe pensará cuando empecéis a cenar, “dime lo que comes y te diré quién eres…”

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